La lectura, ¿una virtud o un lujo?

Por: Said Ávila.

    Todos sabemos que la lectura se ve como un hábito deseable que beneficia a quien lo practica. Debido a  ello, existen innumerables campañas que pretenden promover dicho hábito: universidades, ongs, ministerios, programas y profesionales dedican gran parte de su labor para que más personas lean, pues están seguros de que una población lectora es una población culta, lo que le traerá bienestar y desarrollo. Sin embargo, a pesar de tantas campañas, de tantos esfuerzos y de tantas actividades orientadas a dicho fin, seguimos viendo que la lectura es un hábito que muy pocos practican. ¿Por qué es así?

      El interesante observar que esto no es del mismo modo en todas parte, y más interesante es observar el contraste que se establece entre los llamados países desarrollados y los denominados del tercer mundo, pues en los primeros hay un mayor índice de lectura, es habitual incluso en la infancia y no hay tantas campañas o no es necesario tanto esfuerzo para que la gente lea. Nuevamente podemos preguntarnos ¿por qué es así? ¿Será que el hábito de la lectura no depende tanto de las campañas o esfuerzos orientados a él, sino más bien a otros factores externos? Si observamos con detenimiento, quizá nos inclinemos por la segunda opción. 

    Particularmente creo que hay ciertos factores que determinan que una persona o una población lea, factores sin los cuales dicho hábito no podrá existir, por lo que los esfuerzos y campañas, más que dirigirse directamente a promover la lectura, quizá deberían orientarse a asegurar la presencia de estos. 

    El primero y más importante de ellos es la motivación. Para que una persona decida leer, debe haber algo que lo motive a hacerlo. En primera instancia, se pensará que es una observación muy obvia, pero si nos detenemos, notaremos que, en nuestros contextos, la mayoría de las personas que leen, la mayoría del tiempo lo hacen porque deben, no porque quieren hacerlo. 

    La motivación puede venir de varias partes, puede ser interna o externa. Es interna cuando proviene de la voluntad de la persona, cuando un libro “nos engancha” o tiene algo que nos interesa o con lo cual nos identificamos. Es externa cuando proviene del exterior, del contexto sociocultural en el que nos encontramos; por ejemplo, cuando un libro es muy famoso o está de moda, cuando nuestros amigos o alguien que nos interesa lee y vemos que es un medio para acercarnos a ellos, cuando vemos que leer nos hace pertenecer a un grupo o nos trae ventajas sociales. 

    Para incitar dicho hábito, es más fácil hacerlo mediante la motivación externa; por ello que funcionen bien los clubes de lectura o existan los best sellers, aunque, por supuesto, probablemente habrá cierto grado de motivación interna, un interés particular en el lector. La motivación interna la desarrolla el lector a medida que lee por sí mismo y se vuelve independiente, aunque esto no significa que no disfrute de compartir sus lecturas o de leer un libro que esté en auge. 

    El segundo factor son los recursos, que dividiré en tres subsecciones. La primera se refiere al material de lectura como tal. No es lo mismo leer en una computadora que leer en una kindle o que tener un libro a mano. Así mismo, no es lo mismo leer un libro viejo que se cae a pedazos y desteñido a un libro con pasta dura, separador integrado, hojas firmes y visualmente agradables, con un diseño visual llamativo y confortables y que cuente con notas aclaratorias o con datos interesantes sobre lo que se lee. Por último, pero no menos importante, no es lo mismo leer el libro que hay  que leer  el libro que realmente se quiere.

    Luego, y sumamente importantes, es el tiempo. Una persona que se levanta desde muy temprano a trabajar y que llega a su casa a encargarse de sus hijos, los quehaceres domésticos y que está pensando en cómo pagar la renta, difícilmente tendrá el atrevimiento de sentarse tranquilamente a  leer los poemas de Rubén Darío. Incluso, si esta persona gana mucho dinero pero está mentalmente cansada, seguramente buscará entretenerse en algo que implique poco desgaste energético e intelectual, aunque he aquí la importancia en la variedad de libros o revistas. 

    Por último, lo que denominaré “comodidad”, refiriéndose tanto al hecho de tener un lugar tranquilo e iluminado adecuadamente para realizar dicha actividad como a la tranquilidad psicológica y el descanso intelectual y físico que necesarios para concentrarse en aquello que se lee. 

    Como es de suponerse, habrá una escala entre la combinación y presencia de dichos factores y cada persona será susceptible a ellos en diferente medida, pero la presencia combinada de todos ellos seguramente creará un contexto favorable para que las personas lean. 

    Es eso lo que observamos que hay en los países del “primer mundo”: una tradición lectora y autora muy antigua y arraigada así como libros que corresponden a su contexto e intereses, gran cantidad de bibliotecas de todo tipo, espacios adecuados dentro y fuera de casa para leer y solvencia económica suficiente para poder dedicar tiempo a esta actividad. Y de hecho, en estos mismos países la lectura era diferente hace unos años, cuando solo los reyes, los burgueses o los poderosos tenían estos privilegios, la mayoría de la población no tenía interés alguno en leer. 

    Eso es lo que observamos en nuestros países: falta de motivación o recompensas palpables e inmediatas, no hay muchos libros ni bibliotecas y comprarlos es sumamente costoso, hay muy poco tiempo, pues hay siempre que estar trabajando o haciendo tareas y no hay espacios adecuados para poder leer. 

    Como se puede apreciar, no se trata entonces de qué tan inteligentes o esforzadas sean las personas, sino de la presencia o ausencia de ciertos factores manifestados en diferentes prebendas sociales. No es que los países ricos comenzaran a leer y entonces lograran mejores condiciones de vida, sino más bien que al lograr mejores condiciones de vida tuvieron ciertos privilegios que les permitieron leer, lo cual obviamente propició que dicho desarrollo se magnificara. No es entonces que los países “subdesarrollados” seamos pobres porque no leemos, sino que, por el contrario, todavía no hemos logrado ciertas condiciones que nos permitan entretenernos con versos o historias. 

    De ahí que sea necesario primero un desarrollo social, cultural y económico que propicie las condiciones necesarias para que existan la motivación y los recursos que propicien poder desarrollar el hábito de la lectura. Por eso, este hábito tan loado, más que ser una causa, es una consecuencia del desarrollo, dentro del cual se inserta como un eslabón y lo propulsa. 


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