Lei

Por: Said Ávila

En esta ocasión, un pequeño cuento cuya idea me vino en mis primeros años de universitario, cuando a la Carrera de Letras ingresó una chica muy bonita de la que todos hablaban y me pregunté <<¿Qué pasaría si fuera ella la que se enamorara?>> Y bueno, es pura fantasía mía. Aquí va:

Iba bajando las gradas del D1 y, justo frente a la fotocopiadora, la vio de nuevo. Como en otras ocasiones, se quedó sin aliento. La había visto por primera vez unas semanas antes, cerca de las aulas del primer piso. Desde que la vio, le pareció fascinante y singular. No dijo nada nadie, pero, con la misma fuerza que callaba, latía su corazón. 

No la buscaba, no pretendía nada, ni siquiera pensaba en una posibilidad. Sin embargo, cada vez se la encontraba más seguido y, cuando esto ocurría, su corazón latía con más fuerza; no porque quisiese, sino porque algo era más fuerte y no lo podía, ni deseaba, controlar. Su rostro se sonrojaba, sentía tibia la pelvis y su hombros se relajaban... sin querer, una sonrisa se dibujaba en su rostro. 

Esta vez no fue distinta. Cuando estaba por culminar las gradas, dejó de avanzar. Solamente la quedó viendo y, como si fuese una película o algún artilugio, el tiempo se detuvo una hermosa eternidad, aunque su corazón, otra vez, bombeaba con más fuerza. 

<<¡Vamos, háblale! No es la primera vez que ves una chica tan hermosa>>, le dictaba su conciencia, pero su inmensa timidez no le permitía avanzar. Que quedó viéndola por un eterno instante. Fijó su mirada en la cima de su cabellera negra. Como la crin de un caballo, sus cabellos negros y gruesos se dividían a la mitad, cayendo ondulante y relucientemente por su nuca, por sus hombros, hasta la mitad de su espalda. De arriba a abajo, de abajo hacia arriba, hizo este recorrido en un par de ocasiones, admirando lo delicado y a la vez vigoroso que era su cabello, hasta que ella se dio vuelta y pudo ver su frente. Se ocultó de inmediato entre la multitud que descendía, pero aún la continuó viendo. 

<<¡Qué linda>>, pensó, y luego suspiró muy discretamente. Su frente era blanca y casi cuadrada, enmarcada por sus cabellos fuertes y suaves. Aún algunos rastros de la pubertad asomaban, pero esto la volvía más atrayente, como la flor que aún se está abriendo y expele su perfume por primera vez... Se sonrojó aún más y se pegó a la rugosa y pared. La siguió viendo. Sus cejas, gruesas pero delineadas, parecían dos cuernos tan ligeros y dinámicos como la hermosa ornamenta de los siervos salvajes. Sus ojos, casi negros y vivaces, expelían luz y alegría. Era la vida misma que miraba a través de ella, era la felicidad que llamaba como un imán.    

Y respiró más fuerte, y se pegó más a la pared como dejándose caer sentarse. Cayó en un arrobamiento inmenso, solo con verla era feliz... Sus ojos continuaron y se posaron en la nariz, fina, reluciente, puntiaguda; daban ganas de darle un mordisco suave, blando, cariñoso. Y luego su boca, dulce, voluble, consistente. Se imaginó un beso, y en su imaginación, sus labios tan suaves que se confundían con los pétalos de una rosa, tan blandos, tan frescos, tan agradables y aromáticos, fundiéndose con sus propios labios, también blandos, también frescos, también pétalos jóvenes de flor, y del centro del beso, una luz, la luz de una llama, de una brasa dentro de sus bocas.

Entonces se encontraron sus miradas. Ella se dirigió a las escaleras, a saludar. <<¡Carajo! ¿Ahora qué?>>, <<Saluda>>, se respondió. Se levantó dudando, pero volvió a ver sus ojos y se afirmó. Aunque sus pulsaciones eran fuertes, logró calmarse y sonreír.

-Hola.. ¿qué tal?-dijo levantando la mano derecha mientras se acercaba.
-Hola... bien, ¿y tú?-con su voz clara y sutil, ya de pie.
-Muy bien. Te he visto mucho por aquí.
-Sí, yo igual. Nuestras clases son cercanas...-con algo de timidez, sus sonrisas también se encontraron. Supo entonces que sería feliz de verdad.
-Es una dicha. Amanda, ¿ y tú?
-¡Abril!
-¡Mucho gusto, Abril!...

FIN

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